Episodios 20, 21 y 22
EPISODIO 20.-
La plaza era un infierno. En el edificio reinaba la confusión. Denis estaba con Dávila; pero cuando sonaron los primeros disparos y la gente comenzó a correr, se perdieron de vista. Tomaron distintas direcciones al verse obligados por una masa ansiosa de buscar seguridad y refugio. “¡El Consejo, el Consejo! ¡Escóndanlos!”. Las balas zumbaban sobre sus cabezas, aunque otras detenían su trayectoria al hallar cabida en algunos cuerpos que caían sobre el piso obstruyendo la huída. ¿De dónde vienen los disparos? ¡Quién sabe! El fuego es cruzado.
“¡Ayuda, por favor!”. “¡Al suelo! ¡Tírate al suelo, güey!”. Pero la advertencia llegó demasiado tarde; la caída resultó obligada por razón al plomo caliente que penetraba, sin resistencia, por la sien. Muerte.
”¿Ya estoy muerto, Vélez!?”. “No, pero cúbrete la cabeza; aquí te cuido, compañero; sólo estás herido”. Y el cuidador fue impelido a desertar de su tarea, abortada, porque un proyectil se encarnó por su espalda partiéndole en dos el corazón. Un hombre enchamarrado, desde un pilar, hacía a su arma escupir fuego contra todo y contra todos. Los estoperoles resonaban sobre el concreto de la plaza y sobre los pasillos del edificio. ¡Qué espanto! Los ojos, llenos de horror, buscaban la procedencia de los mensajeros de la destrucción; igual disparaban. “¡Traen un guante blanco, traen un guante blanco!”. “¡Quédate ahí, pinche escuincle greñudo, si no quieres que te mate!”.
Y en los corredores del edificio no era distinto. Hombres vestidos de civil con pistolas en mano detenían y golpeaban a jóvenes heridos. “¡Órale, hijos de su puta madre! ¡Ora sí se los va a cargar la chingada!” “Se creían muy vergas, ¿no? ¡Pinches comunistas revoltosos!”. “¡Hínquese, puto!; y ¡rece!, porque lo voy a matar!”. Humillación, burla y encono por parte de quien tiene el poder y la fuerza. Rabia ahogada en el miedo por parte de los inermes.
Y Denis no detenía su loca carrera hacia los edificios más lejanos (“... sí que me sirvió ser velocista clasificado, en 100 y 400 metros, para los interpreparatorianos, papá”). No era el único; pero la mayoría se refugió en los edificios cercanos o quedaron atrapados en la plaza.
Un solitario zapato abandonado
Una muñeca inerte sobre el piso
con la mirada, al cielo, perdida;
agujeros humeantes en la carne.
El suelo, así, quedará abonado.
Un destello de verano
Palideció en octubre
Cuando el ocaso llegaba
La muerte asechaba
Huyendo por las calles
La ingenuidad se pierde
Y así, mano con mano,
La dignidad descubren.
La razón tenemos,
Pero él tiene las armas.
Algún día diremos
“¡2 de Octubre no se olvida!”
Sabíamos lo que nos podía suceder. Estaba el Artículo 145 bis que nos recordaba que el Estado podría apelar al delito de “disolución social” para acabar con la oposición o con la simple inconformidad manifestada. Y antes de la cárcel de Lecumberri, que albergaba a los presos políticos (Campa, Vallejo, Siqueiros y otros), estaban los porros, el MURO, los guardias blancas, los “orejas” inscritos como estudiantes, los grupos de choque, la policía política de la Dirección de Seguridad; y más allá, la misma muerte. Sabíamos que se nos consideraba fuera de la ley. Sabíamos que en nombre de ésta se justificaba la violencia de Estado. No podíamos jugar a ser mártires. Sabíamos que las estructuras de poder se encontraban en franca lucha: unos deseaban que la historia se suspendiera y otros comprendían que ello no era posible. Luego, era necesario luchar sin pensar en las consecuencias. El Estado mexicano no podía sostenerse por más tiempo bajo el esquema de lucha institucionalizada dentro de una composición política emanada de la Revolución. El PRI y sus antecedentes, a fin de pacificar al país, había dado cabida a las distintas fuerzas que eran irreconciliables. La necesidad de acabar con el caudillismo y, por ende, con las pugnas por el poder político que vivieron su máxima expresión durante la Revolución dieron pié a la fundación del partido único en el cual se encontraran las fuerzas, otrora antagonistas, en un gran pacto. La pacificación del país y la creación de un ejército único bajo el mandato de la gran institución –asimismo producto de la Revolución ¿acaso con un Sol tras la cabeza?- que resultó ser un presidencialismo cuyo antecedente sólo fuera equiparable al poder de los tlatoanis, había tocado fondo. Se hacía necesaria una transfiguración del país. Y eso fue el principio de la pugna por los grandes intereses políticos y –nueva cosa- económicos que crearon las condiciones para el ’68.
La burguesía, en México, surgió como un poder parásito del poder político. Y así se desarrolló; pero para la década de los sesentas, ese poder había encontrado un camino propio y no deseaba continuar en esa relación simbiótica con el viejo –ya- poder político y empezaba a tomar posiciones y alianzas con los sectores más reaccionarios y deseosos de adquirir posiciones en el gobierno; precisamente los que fueron derrotados por la Revolución y –más allá- por La Reforma. El anquilosado instituto político estaba sufriendo una transmutación: coexistían los hoy llamados “dinosaurios”, con preteridos recelos y rencores desde los tiempos de guerra; los aperturistas democráticos ya no tan ligados a la Revolución, ya educados en la UNAM bajo un esquema un tanto nacionalista; y otra joven corriente –sin poder aún- que empezaba a arañar la posibilidad de coleccionar títulos en el extranjero y que tenía una concepción económica que abjuraba del marxismo.
En ese contexto, el movimiento estudiantil se presentaba como un terreno propicio para dirimir las disputas por el poder, aprovechando factores coyunturales de una época en que la juventud –a nivel mundial- estaba cuestionando las viejas superestructuras y el poder hegemónico, tanto político como económico y cultural, del imperialismo norteamericano. Pronto terminaría el periodo de Gustavo Díaz Ordaz, quien representaba al ala más autoritaria del partido desde que los militares habían dejado presidencia en manos de los civiles. Y ese fue el caldo de cultivo. Se encontraban enfrentadas las fuerzas de lo viejo contra lo nuevo en distintas áreas. Las viejas fuerzas políticas contra las nuevas; las viejas fuerzas económicas, desde luego con sendas alianzas con las anteriores, con las nuevas; y las viejas fuerzas sociales, con las nuevas. El presidente opta por la represión contra la única fuerza que se manifiesta: los estudiantes; con ello intimida, tan sólo momentáneamente, las oposiciones políticas y económicas ocultas, las del norte. A fin de cuentas, la sucesión tampoco favorece a los sectores que él representa. Los años siguientes dan cuenta de los enfrentamientos entre esas fuerzas que ya no se muestran ocultas y el nuevo poder presidencial. Así que no es exacto llamarle “Movimiento Estudiantil de ‘68”, pues se trató de un amplio movimiento social en el que se evidenció la dialéctica: el enfrentamiento entre lo viejo y caduco que se niega a morir y lo nuevo que aún no tiene la fuerza necesaria para darle fin. Y como ocurre en esos casos (la Historia de México es muy ilustrativa en cuanto a ello) surgen fuerzas intermedias conciliadoras, apenas reformistas, o renace la reacción ultraconservadora. En el siguiente sexenio, las primeras tomaron el poder.
La Razón de Estado -que hallaba su justificación (desde los años de Ávila Camacho) en un sistema emanado de la coyuntura de posguerra y de una soberanía disminuida por la política exterior de los Estados Unidos, cuya injerencia en la política nacional era determinante bajo un disimulado macartismo importado / adoptado- enfrentaba fuertes cuestionamientos por parte de un sector de la sociedad (estudiantes, maestros, obreros y fuerzas políticas de izquierda) que exigían cambios de rumbo; apertura, democracia y respeto a la Constitución. Esa Razón de Estado, con cerca de 30 años de vigencia, había sido adoptada traicionando principios y posturas conquistados con la derrota del caudillismo (cuyo último exponente fue Calles) a manos del Cardenismo.
Como quiera, la magnitud de la represión contra el estudiantado y los grupos de izquierda (principalmente, el PCM) fue, tan sólo, la expresión de la encarnizada lucha por el poder político y económico entre el establishment posrevolucionario y los nuevos grupos ligados a los intereses que años después, al no poderse hacer del poder dentro del PRI, se apoderaron del PAN y comenzaron a hablar de “democracia”, una muy convenenciera. Luego, entablaron un maridaje con las fuerzas más reaccionarias, más por conveniencia que por convicción; esas que se quieren sentir el prototipo de la decencia, de la moral cristiana, aunque sus padres –y ellos mismos- eran golpeadores afiliados al MURO. Ya no existe el discurso anticomunista que los caracterizaba; hoy atacan ese concepto ininteligible al que llaman “populismo”, que para el caso, es lo mismo. (Eso digo yo, Gastón).
¿Pero... sabes qué? El problema es que hoy son gobierno. Por tal motivo, lo importante no es que el 2 de octubre se olvide o no; no se trata de quedarnos en el pasado. Es cuestión del presente. Del hoy. Lo importante no es que no se olvide que Dávila siga moralmente preso, (es evidente y presente); lo importante no es que no se olvide que Miguel, el hijo del señor del estanquillo de abajo, haya estado preso; lo importante no es que no se olvide que Constantin haya salido huyendo de Tlatelolco con las balas zumbando sobre su cabeza y la de mi padre; lo importante no es que no se olvide que Denis haya sentido el miedo de ser atrapado y de intuir cómo eran baleados algunos manifestantes mientras él corría despavorido; lo importante no es que no se olvide que Pablo, el hijo del “Chato” Gómez (el amigo de Philippe), haya estado encarcelado junto con otros líderes; lo importante no es que no se olviden los muertos y demás presos. Lo importante no es no olvidar; lo importante es que luchemos porque el poder del Estado no vuelva a esgrimir la Ley y falsas razones de Estado de Derecho para acabar con la oposición. Y está sucediendo. Es de dar lástima que gente que, se supone, constituye la intelligentsia de nuestro país hable del “... cambio hacia la democracia a partir del 2 de julio de 2000...”, cuando que es la reacción la que ha tomado el poder. El cambio democrático (que no “hacia la democracia”) más reciente, es la creación del IFE, y, eso, no tiene que ver nada con el llamado “Gobierno del Cambio”. Ni con un tipo que destina recursos presupuestales para crear un culto a su propia personalidad con spots publicitarios que lo ensalzan.
(“La democracia empieza en la cama”, ¿no es verdad, Gastón? Eso dice el personaje del cuento. ¡Qué ruca tan maravillosa!).
“La transición hacia la democracia” es un largo proceso que ha llevado años (con avances y retrocesos) no un día de elecciones o una campaña electorera que, inclusive, no fue tan limpia ni apegada a las normas marcadas por la autoridad electoral como debiera.
Hoy, la utopía vuelve a ser una visión de lo posible, de lo que es dialécticamente necesario. Y habrá a quien se le antoje un viejo discurso. Se escucha asegurar a los modernos analistas que ya no es posible seguir hablando de ricos y pobres. Tan modernos que expresan los mismos criterios con que se criticaba a Marx –en su época, hace más de un siglo- por asegurar que la Historia era la historia de la lucha de clases. La globalización ha creado la ilusión de que los polos antagónicos ahora viajan en el mismo barco, que ambos tienen un objetivo común que es el desarrollo de la economía. Pero tal afirmación es añeja y engañosa; ha sido sostenida desde antaño por visiones reduccionistas propias de quienes conciben al mercado como el moderno Todopoderoso sin tomar en cuenta la distribución. Y se meten de cabeza en la trampa, porque sin una distribución equilibrada, se amplía la brecha entre las clases sociales y los mercados se vienen abajo porque hay amplios sectores sociales que carecen de capacidad de compra. Y es risible, aunque no deja de ser cruel, que haya políticos / empresarios que aseguren que “... hay sectores de la población que todavía no se ven beneficiados por el crecimiento que está mostrando la economía, pero estamos en el rumbo correcto”. Nomás que ese “todavía” es propio del léxico desastrado de quienes no tienen más rumbo que sus intereses, porque hoy son gobierno, lo cual manifiestan sin empacho ni vergüenza. Un “todavía” que nunca va a llegar a dejar de serlo, pues es una condición sine qua non que existan pobres para que pueda seguir reproduciéndose el sistema.
La riqueza y la miseria se muestran, hoy, en gran magnitud dadas sus características globales. Por ello ese “todavía” no llegará hasta en tanto no se materialice la utopía.
La utopía sigue siendo posibilidad y necesidad, sólo ha adquirido aspecto distinto. Continúa vigente la necesidad de “tomar el cielo por asalto”.
“Tomar el cielo por asalto”; pero conscientes de que el Cielo y el Infierno están aquí, en la Tierra.
En esto coincidirías con Denis, nuestro hermano.
*****************************************
EPISODIO 21.-
“Yo no soy un rebelde sin causa,
ni tampoco un desenfrenado;
yo, lo único que quiero, es bailar rocanrol
y que me dejen vacilar sin ton ni son”.
Con esa aseveración, el mejor grupo pionero de rock en español, “Los Locos del Ritmo”, condenaba a esa corriente musical a ser una manifestación de inconformidad cuya propuesta última era el desmadre intrascendente. Per secula seculorum. Mientras que en otras partes del mundo el rock se trazaba como expresión de una nueva cultura juvenil que subvertía diversos órdenes (política, artes, relacionarse y convivir), en México, los roqueros proponían bailar y desmadrear. Después, cuando se sacrificó a los grupos para enaltecer a los “solistas”, su plataforma fue la cursilería. Peor sucedió con la segunda generación de grupos rocanroleros, cuya producción era francamente un insulto a la inteligencia:
“Ven, amor, ya no te voy a dar
esos chícharos dulces que hacen daño”
O bien:
La plaza era un infierno. En el edificio reinaba la confusión. Denis estaba con Dávila; pero cuando sonaron los primeros disparos y la gente comenzó a correr, se perdieron de vista. Tomaron distintas direcciones al verse obligados por una masa ansiosa de buscar seguridad y refugio. “¡El Consejo, el Consejo! ¡Escóndanlos!”. Las balas zumbaban sobre sus cabezas, aunque otras detenían su trayectoria al hallar cabida en algunos cuerpos que caían sobre el piso obstruyendo la huída. ¿De dónde vienen los disparos? ¡Quién sabe! El fuego es cruzado.
“¡Ayuda, por favor!”. “¡Al suelo! ¡Tírate al suelo, güey!”. Pero la advertencia llegó demasiado tarde; la caída resultó obligada por razón al plomo caliente que penetraba, sin resistencia, por la sien. Muerte.
”¿Ya estoy muerto, Vélez!?”. “No, pero cúbrete la cabeza; aquí te cuido, compañero; sólo estás herido”. Y el cuidador fue impelido a desertar de su tarea, abortada, porque un proyectil se encarnó por su espalda partiéndole en dos el corazón. Un hombre enchamarrado, desde un pilar, hacía a su arma escupir fuego contra todo y contra todos. Los estoperoles resonaban sobre el concreto de la plaza y sobre los pasillos del edificio. ¡Qué espanto! Los ojos, llenos de horror, buscaban la procedencia de los mensajeros de la destrucción; igual disparaban. “¡Traen un guante blanco, traen un guante blanco!”. “¡Quédate ahí, pinche escuincle greñudo, si no quieres que te mate!”.
Y en los corredores del edificio no era distinto. Hombres vestidos de civil con pistolas en mano detenían y golpeaban a jóvenes heridos. “¡Órale, hijos de su puta madre! ¡Ora sí se los va a cargar la chingada!” “Se creían muy vergas, ¿no? ¡Pinches comunistas revoltosos!”. “¡Hínquese, puto!; y ¡rece!, porque lo voy a matar!”. Humillación, burla y encono por parte de quien tiene el poder y la fuerza. Rabia ahogada en el miedo por parte de los inermes.
Y Denis no detenía su loca carrera hacia los edificios más lejanos (“... sí que me sirvió ser velocista clasificado, en 100 y 400 metros, para los interpreparatorianos, papá”). No era el único; pero la mayoría se refugió en los edificios cercanos o quedaron atrapados en la plaza.
Un solitario zapato abandonado
Una muñeca inerte sobre el piso
con la mirada, al cielo, perdida;
agujeros humeantes en la carne.
El suelo, así, quedará abonado.
Un destello de verano
Palideció en octubre
Cuando el ocaso llegaba
La muerte asechaba
Huyendo por las calles
La ingenuidad se pierde
Y así, mano con mano,
La dignidad descubren.
La razón tenemos,
Pero él tiene las armas.
Algún día diremos
“¡2 de Octubre no se olvida!”
Sabíamos lo que nos podía suceder. Estaba el Artículo 145 bis que nos recordaba que el Estado podría apelar al delito de “disolución social” para acabar con la oposición o con la simple inconformidad manifestada. Y antes de la cárcel de Lecumberri, que albergaba a los presos políticos (Campa, Vallejo, Siqueiros y otros), estaban los porros, el MURO, los guardias blancas, los “orejas” inscritos como estudiantes, los grupos de choque, la policía política de la Dirección de Seguridad; y más allá, la misma muerte. Sabíamos que se nos consideraba fuera de la ley. Sabíamos que en nombre de ésta se justificaba la violencia de Estado. No podíamos jugar a ser mártires. Sabíamos que las estructuras de poder se encontraban en franca lucha: unos deseaban que la historia se suspendiera y otros comprendían que ello no era posible. Luego, era necesario luchar sin pensar en las consecuencias. El Estado mexicano no podía sostenerse por más tiempo bajo el esquema de lucha institucionalizada dentro de una composición política emanada de la Revolución. El PRI y sus antecedentes, a fin de pacificar al país, había dado cabida a las distintas fuerzas que eran irreconciliables. La necesidad de acabar con el caudillismo y, por ende, con las pugnas por el poder político que vivieron su máxima expresión durante la Revolución dieron pié a la fundación del partido único en el cual se encontraran las fuerzas, otrora antagonistas, en un gran pacto. La pacificación del país y la creación de un ejército único bajo el mandato de la gran institución –asimismo producto de la Revolución ¿acaso con un Sol tras la cabeza?- que resultó ser un presidencialismo cuyo antecedente sólo fuera equiparable al poder de los tlatoanis, había tocado fondo. Se hacía necesaria una transfiguración del país. Y eso fue el principio de la pugna por los grandes intereses políticos y –nueva cosa- económicos que crearon las condiciones para el ’68.
La burguesía, en México, surgió como un poder parásito del poder político. Y así se desarrolló; pero para la década de los sesentas, ese poder había encontrado un camino propio y no deseaba continuar en esa relación simbiótica con el viejo –ya- poder político y empezaba a tomar posiciones y alianzas con los sectores más reaccionarios y deseosos de adquirir posiciones en el gobierno; precisamente los que fueron derrotados por la Revolución y –más allá- por La Reforma. El anquilosado instituto político estaba sufriendo una transmutación: coexistían los hoy llamados “dinosaurios”, con preteridos recelos y rencores desde los tiempos de guerra; los aperturistas democráticos ya no tan ligados a la Revolución, ya educados en la UNAM bajo un esquema un tanto nacionalista; y otra joven corriente –sin poder aún- que empezaba a arañar la posibilidad de coleccionar títulos en el extranjero y que tenía una concepción económica que abjuraba del marxismo.
En ese contexto, el movimiento estudiantil se presentaba como un terreno propicio para dirimir las disputas por el poder, aprovechando factores coyunturales de una época en que la juventud –a nivel mundial- estaba cuestionando las viejas superestructuras y el poder hegemónico, tanto político como económico y cultural, del imperialismo norteamericano. Pronto terminaría el periodo de Gustavo Díaz Ordaz, quien representaba al ala más autoritaria del partido desde que los militares habían dejado presidencia en manos de los civiles. Y ese fue el caldo de cultivo. Se encontraban enfrentadas las fuerzas de lo viejo contra lo nuevo en distintas áreas. Las viejas fuerzas políticas contra las nuevas; las viejas fuerzas económicas, desde luego con sendas alianzas con las anteriores, con las nuevas; y las viejas fuerzas sociales, con las nuevas. El presidente opta por la represión contra la única fuerza que se manifiesta: los estudiantes; con ello intimida, tan sólo momentáneamente, las oposiciones políticas y económicas ocultas, las del norte. A fin de cuentas, la sucesión tampoco favorece a los sectores que él representa. Los años siguientes dan cuenta de los enfrentamientos entre esas fuerzas que ya no se muestran ocultas y el nuevo poder presidencial. Así que no es exacto llamarle “Movimiento Estudiantil de ‘68”, pues se trató de un amplio movimiento social en el que se evidenció la dialéctica: el enfrentamiento entre lo viejo y caduco que se niega a morir y lo nuevo que aún no tiene la fuerza necesaria para darle fin. Y como ocurre en esos casos (la Historia de México es muy ilustrativa en cuanto a ello) surgen fuerzas intermedias conciliadoras, apenas reformistas, o renace la reacción ultraconservadora. En el siguiente sexenio, las primeras tomaron el poder.
La Razón de Estado -que hallaba su justificación (desde los años de Ávila Camacho) en un sistema emanado de la coyuntura de posguerra y de una soberanía disminuida por la política exterior de los Estados Unidos, cuya injerencia en la política nacional era determinante bajo un disimulado macartismo importado / adoptado- enfrentaba fuertes cuestionamientos por parte de un sector de la sociedad (estudiantes, maestros, obreros y fuerzas políticas de izquierda) que exigían cambios de rumbo; apertura, democracia y respeto a la Constitución. Esa Razón de Estado, con cerca de 30 años de vigencia, había sido adoptada traicionando principios y posturas conquistados con la derrota del caudillismo (cuyo último exponente fue Calles) a manos del Cardenismo.
Como quiera, la magnitud de la represión contra el estudiantado y los grupos de izquierda (principalmente, el PCM) fue, tan sólo, la expresión de la encarnizada lucha por el poder político y económico entre el establishment posrevolucionario y los nuevos grupos ligados a los intereses que años después, al no poderse hacer del poder dentro del PRI, se apoderaron del PAN y comenzaron a hablar de “democracia”, una muy convenenciera. Luego, entablaron un maridaje con las fuerzas más reaccionarias, más por conveniencia que por convicción; esas que se quieren sentir el prototipo de la decencia, de la moral cristiana, aunque sus padres –y ellos mismos- eran golpeadores afiliados al MURO. Ya no existe el discurso anticomunista que los caracterizaba; hoy atacan ese concepto ininteligible al que llaman “populismo”, que para el caso, es lo mismo. (Eso digo yo, Gastón).
¿Pero... sabes qué? El problema es que hoy son gobierno. Por tal motivo, lo importante no es que el 2 de octubre se olvide o no; no se trata de quedarnos en el pasado. Es cuestión del presente. Del hoy. Lo importante no es que no se olvide que Dávila siga moralmente preso, (es evidente y presente); lo importante no es que no se olvide que Miguel, el hijo del señor del estanquillo de abajo, haya estado preso; lo importante no es que no se olvide que Constantin haya salido huyendo de Tlatelolco con las balas zumbando sobre su cabeza y la de mi padre; lo importante no es que no se olvide que Denis haya sentido el miedo de ser atrapado y de intuir cómo eran baleados algunos manifestantes mientras él corría despavorido; lo importante no es que no se olvide que Pablo, el hijo del “Chato” Gómez (el amigo de Philippe), haya estado encarcelado junto con otros líderes; lo importante no es que no se olviden los muertos y demás presos. Lo importante no es no olvidar; lo importante es que luchemos porque el poder del Estado no vuelva a esgrimir la Ley y falsas razones de Estado de Derecho para acabar con la oposición. Y está sucediendo. Es de dar lástima que gente que, se supone, constituye la intelligentsia de nuestro país hable del “... cambio hacia la democracia a partir del 2 de julio de 2000...”, cuando que es la reacción la que ha tomado el poder. El cambio democrático (que no “hacia la democracia”) más reciente, es la creación del IFE, y, eso, no tiene que ver nada con el llamado “Gobierno del Cambio”. Ni con un tipo que destina recursos presupuestales para crear un culto a su propia personalidad con spots publicitarios que lo ensalzan.
(“La democracia empieza en la cama”, ¿no es verdad, Gastón? Eso dice el personaje del cuento. ¡Qué ruca tan maravillosa!).
“La transición hacia la democracia” es un largo proceso que ha llevado años (con avances y retrocesos) no un día de elecciones o una campaña electorera que, inclusive, no fue tan limpia ni apegada a las normas marcadas por la autoridad electoral como debiera.
Hoy, la utopía vuelve a ser una visión de lo posible, de lo que es dialécticamente necesario. Y habrá a quien se le antoje un viejo discurso. Se escucha asegurar a los modernos analistas que ya no es posible seguir hablando de ricos y pobres. Tan modernos que expresan los mismos criterios con que se criticaba a Marx –en su época, hace más de un siglo- por asegurar que la Historia era la historia de la lucha de clases. La globalización ha creado la ilusión de que los polos antagónicos ahora viajan en el mismo barco, que ambos tienen un objetivo común que es el desarrollo de la economía. Pero tal afirmación es añeja y engañosa; ha sido sostenida desde antaño por visiones reduccionistas propias de quienes conciben al mercado como el moderno Todopoderoso sin tomar en cuenta la distribución. Y se meten de cabeza en la trampa, porque sin una distribución equilibrada, se amplía la brecha entre las clases sociales y los mercados se vienen abajo porque hay amplios sectores sociales que carecen de capacidad de compra. Y es risible, aunque no deja de ser cruel, que haya políticos / empresarios que aseguren que “... hay sectores de la población que todavía no se ven beneficiados por el crecimiento que está mostrando la economía, pero estamos en el rumbo correcto”. Nomás que ese “todavía” es propio del léxico desastrado de quienes no tienen más rumbo que sus intereses, porque hoy son gobierno, lo cual manifiestan sin empacho ni vergüenza. Un “todavía” que nunca va a llegar a dejar de serlo, pues es una condición sine qua non que existan pobres para que pueda seguir reproduciéndose el sistema.
La riqueza y la miseria se muestran, hoy, en gran magnitud dadas sus características globales. Por ello ese “todavía” no llegará hasta en tanto no se materialice la utopía.
La utopía sigue siendo posibilidad y necesidad, sólo ha adquirido aspecto distinto. Continúa vigente la necesidad de “tomar el cielo por asalto”.
“Tomar el cielo por asalto”; pero conscientes de que el Cielo y el Infierno están aquí, en la Tierra.
En esto coincidirías con Denis, nuestro hermano.
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EPISODIO 21.-
“Yo no soy un rebelde sin causa,
ni tampoco un desenfrenado;
yo, lo único que quiero, es bailar rocanrol
y que me dejen vacilar sin ton ni son”.
Con esa aseveración, el mejor grupo pionero de rock en español, “Los Locos del Ritmo”, condenaba a esa corriente musical a ser una manifestación de inconformidad cuya propuesta última era el desmadre intrascendente. Per secula seculorum. Mientras que en otras partes del mundo el rock se trazaba como expresión de una nueva cultura juvenil que subvertía diversos órdenes (política, artes, relacionarse y convivir), en México, los roqueros proponían bailar y desmadrear. Después, cuando se sacrificó a los grupos para enaltecer a los “solistas”, su plataforma fue la cursilería. Peor sucedió con la segunda generación de grupos rocanroleros, cuya producción era francamente un insulto a la inteligencia:
“Ven, amor, ya no te voy a dar
esos chícharos dulces que hacen daño”
O bien:
“Quítate ya de aquí, perro lanudo;
déjame estar, aquí, solo con mi novia.
Si te quitas de aquí te doy un hueso, sí”.
Después vinieron del norte los que cantaban en inglés; musicalmente, muy superiores a sus antecesores, pero no creadores, sólo refriteros. Luego, la larga noche del rock.
Si la sociedad mexicana de los últimos 50’s y los tempranos 60’s era tan agresiva y represora con la juventud, ¿cómo se explica que no haya surgido gente equiparable a Bob Dylan, Jim Morrison, John Lennon y tantos otros que eran unos verdaderos trasgresores del orden establecido? Quizá porque la trasgresión tiene sus orígenes en la ilustración, en el conocimiento (Oscar Wilde pensaba que la trasgresión, la agitación, era la base del progreso) y los primeros rocanroleros mexicanos pertenecían a una clase media que era beneficiaria de los logros del sistema; por tanto, no era ni ilustrada ni contestataria, mucho menos trasgresora. Era conformista; la única bronca que tenía con el sistema, con los rucos, era que no se le permitía echar desmadre, por cierto, bastante inocuo. La clase media debía ser bien portada, medianamente educada, católica y apolítica; su recompensa consistía en ser partícipes de las bondades del sistema: tener un empleo con salario remunerador y acceso a las modernas comodidades y estereotipadas diversiones importadas del país del norte. Auto, tele, tostadores de pan, refris, lavadoras, consolas radiotocadiscos; entre más grandes y ostentosos, mejor. Así se medía el éxito. Crédito en Liverpool, El Palacio de Hierro, High Life. ¿Mariachi Vargas? Ni pensarlo, lo nuevo es ¡Ray Coniff! ¿Pedro Infante? No, ya no; hoy es ¡Perry Como!
¿Podría surgir de ese mundo un rock trasgresor? No; y sin embargo así era visto por las buenas conciencias post revolucionarias. Se hacían redadas en los cafés cantantes aunque en estos no circulaban ni el alcohol ni las drogas ni se atentaba contra las “buenas costumbres”.
No obstante lo vacuo de la propuesta rocanrolera de los “Locos del Ritmo”, estaba muy por encima del otro “rock” (porque ya ni lo era) intrascendente, conformista y anacrónico:
“En el trenecito voy
rumbo donde está mi amor
que esperándome está
en la estación.”.
“Despeinada, ajá, ajá, ajá... “
“Tequila con limón y un poco de ron... “
Un rock castrado; aunque, eso sí, instrumentalmente, el sonido de los pioneros, con sus covers, tenía más fuerza que las versiones originales gringas. Un toque más renovador y jovial de la música conocida hasta entonces. Exceptuando al blues, que aún no llegaba a México. El toque de los primeros guitarristas de rock mexicano estaba más cerca del sonido de los roqueros negros gringos (Chuck Berry, por ejemplo) de lo que estaban sus paisanos blancos. Pero eso acabó y hubo que esperar a que llegara Bátiz, aunque este nunca fue admitido por el negocio del disco pues su imagen se apartaba de lo aceptado como correcto. Él si era trasgresor de las buenas costumbres, tanto en su imagen como en su estilo de interpretar el instrumento. Y sufrió las consecuencias que ello significaba en un medio represor, en una sociedad donde no se aceptaba lo que rompía con lo establecido.
Si en lo social y político existía un Artículo 145 bis, en la música –como expresión juvenil y por tanto renovadora- existía una censura dictada por la Secretaría de Gobernación y, además, autocensura los productores de las disqueras. Miedo, desconocimiento y poca visión para los negocios por parte de los dueños de las casas grabadoras y las instancias culturales acabaron con el rock en México. De aquí se exportó a los demás países de habla hispana trayendo como consecuencia que hoy los mejores grupos de rock en español sean ibéricos, argentinos o chilenos, en vez de mexicanos.
Una sociedad represora, en diversos órdenes, fue la responsable de que en nuestro país no surgiera alguien equiparable a Joaquín Sabina o Fito Páez (salvo contadísimas excepciones –como Jaguares y, en otras épocas, Iconoclasta o Chac Mol- que no han sido, ni fueron, suficientemente aprovechados y sólo se han podido desarrollar independientemente). Tanto más difícil de entender si se toma en cuenta que los movimientos renovadores, sociales y culturales, partieron de aquí. Impensable que surgiera aquí un grupo como Yes.
(Igual, no hubo un Salvador Allende o un Felipe González).
En París, no hay músico en el metro que no toque “Bésame Mucho”. Debe ser la canción mexicana más conocida en el mundo. ¿Por qué si, en honor a la verdad, no es la gran obra? Pues porque el esposo de la autora era uno de los zares de la producción discográfica en nuestro país; en las negociaciones de comercialización y distribución de los productos comerciales (sic), de uno y otro lado de la frontera (el Río Bravo, desde luego) se pactaban intercambios que representaran buenos negocios para las disqueras y radiodifusoras (¡sacrosanta payola!) independientemente de su calidad artística. A los gringos ya no les interesaba adueñarse de nuestro territorio, ahora sólo querían hacerlo con nuestro mercado; a los mexicanos, hacerse de dinero, como en la política, privilegiando el nepotismo, el compadrazgo y el amiguismo. Aquellos enviaban lo exportable (cualquier bagatela, pues todo lo venido del norte significaba sentirse a la moda y el buen gusto) y los mexicanos lo, literalmente, inexportable: lo corriente, vulgar, mal hecho, cursi y soez. Ellos con visión de captura de demanda creciente y a mediano plazo; estos (me niego a decir “nosotros”) la ganancia fácil e inmediata. “Yes, mi comprar tus porquerías que a los ratos ya ni quien compre a cambios de tú entregarme progresivaamentes tu consumers cautivos, friend mecsican”. Es por ello que quienes hacen buena música en México tienen que trabajar de manera independiente; pero para llegar a ese punto muchos tuvieron que quedarse en el camino o dedicarse a vender pepitas. Lo verdaderamente imperdonable es que las instancias culturales (que en muchos casos se manejan, también, bajo las directrices del “cuatismo”), hoy día, rescaten toda esa bazofia, cabaretera y carpera, y la quieran mostrar como “cultura y arte popular”, lo cual me parece discriminatorio; pretenden perpetuar lo que se ha hecho por siglos: dar al pueblo puras y soberanas porquerías para mantenerlo ignorante y sumiso. Se trata de lo contrario: hacer llegar a las masas las más grandiosas obras artísticas y culturales que el ser humano ha creado, y que continúa haciendo, en su paso por esta pelotota que se llama Tierra.
Mención aparte merece su lado opuesto: ese arte pos rete moderno realizado por petimetres decadentes que confunden tecnología con arte; efimeristas, envolturistas y creadores de snoberías, o boberías, afines. Mención aparte, mención solamente, no más.
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EPISODIO 22.-
Estas son una serie de remembranzas de
Gastón Russo
Que, en su faceta de músico y cantautor,
Presenta:
“En Busca del Futuro Perdido”.
Este es un viaje musical a través del tiempo que va, desde la década de los 50’s, a fechas recientes.
El Feelin’, la Balada Rock, el Blues, la Era Beatle, la Canción de Protesta, La Nueva Canción, La Trova Cubana, los troveros mexicanos y los contemporáneos de habla española, son el vehículo en el que Gastón Russo, sus canciones, su música y sus historias, te llevarán –de la nostalgia y el recuerdo- al presente.
¡Abrochen sus cinturones!
Hoy, la televisión es un aparato común, simple. Pero en los años 50’s, era una novedad. La gente se amontonaba frente a los aparadores de las tiendas donde se vendían. ¿Cómo era posible que metieran a tantos locutores, cantantes, cómicos y actrices dentro de una caja -con un cristal al frente- donde aparecían bailoteando en tonos de gris? Los niños de entonces no lo comprendíamos. Además, ¿cómo los multiplicaban para que pudieran aparecer en varias cajas a la vez? ¡Qué locura!
La radio no me impresionaba, pues era parte de lo cotidiano; ya que estaba ahí, como los muebles, los árboles, las calles, los autos y el mismísimo sol.
México estaba transformándose. Había dejado de ser un pueblote para convertirse en una gran ciudad. De ahí que la canción ranchera estuviera cediendo su lugar en el gusto del público por aires –entre comillas- más modernos: el bolero. Álvaro Carrillo, César Portillo de la Luz, José Antonio Méndez, Los Panchos, Los 3 Ases, Los 3 Caballeros. En la radio se escuchaban a toda hora. Es seguro que cuando mi madre me paría, se escuchaba: “Eres, mi bien, lo que me tiene extasiado...”
(¡Ah!, a propósito de progenitoras, recientemente, los coreanos le habían roto la suya a los norteamericanos).
Canciones de “Feeling”
La calle principal de mi barrio estaba empedrada. Cuando llovía, se inundaba y jugábamos con barquitos de papel. Era la gran diversión; pero poco nos duró el gusto. A un llamado “Regente de Hierro” se le ocurrió arreglar las calles por donde pasaba el presidente en su trayecto de Los Pinos a Palacio Nacional. Así que alinearon la calle, pavimentaron y metieron drenaje. Además, pusieron camellones llenos de flores.
La piqueta se llevó un antiguo convento mercedario, bajo cuyas ruinas encontraron ollas repletas de oro y esqueletos de nonatos. Intentaron derribar parte de mi escuela, la que se había edificado sobre lo que fue “La Cárcel de Belén”, pero una movilización de maestros y padres de familia lo impidió. Había ahí unos vitrales hechos por Fermín Revueltas, el pintor de esa prestigiada familia de artistas que nunca fue apreciada por ser comunistas.
Y por esos años en que los gobiernos de América Latina creían reconocer comunistas por doquier, me tocó ser víctima fortuita de la represión: el movimiento magisterial fue tratado con lujo de violencia –al igual que el ferrocarrilero- y a mi madre y a mí nos dieron nuestra ración de gas lacrimógeno. Escapamos, gracias a que recibimos “asilo político” en una tienda de deportes en una calle del centro. Y sin embargo, en Cuba hubo una revolución.
A dos cuadras de mi casa se encontraba la Meca de aquello de que hablaba al principio: Televicentro (hoy Televisa). Pero entonces no existía el glamour de nuestros días. Podía uno encontrarse a actores, locutores, cómicos, etc., echándose su cafecito en los establecimientos del rumbo. Como los programas eran “en vivo”, las muchachas iban a pedir autógrafos y besos a los cantantes de moda y a los integrantes de los grupos de rock (que ya se cantaba en español) tales como Los Locos del Ritmo, Los Crazy Boys, Los Rogers. Podíamos ver y escuchar, gratis, a Los Hoolligans en la tienda General Electric de San Juan de Letrán (hoy eje Central), a los Sparks en la zapatería Medura de Doctor Río de la Loza, o asistir al ensayo de Los Play Boys. Y esa fue mi escuela. Aprendí a tocar viendo a otros. Mi Real Conservatorio de Música Sacra fue andar en el rol pirateando, sin ningún remordimiento, acordes y copiando canciones desde el principio hasta... “El Final”
Canciones de Rock en Español
Lo que preocupaba al mundo entonces, era la crisis de los misiles en Cuba. Poco después, asesinaron al presidente de los Estados Unidos,
Las superpotencias poseían un inmenso arsenal nuclear con el que podían hacer estallar el mundo en mil pedazos. Hacernos doble k (KK). Y a nosotros, los adolescentes, nos espantaba la idea de morir sin haber amado. Aunque nos preguntábamos qué era el amor.
Las películas, los poemas, las canciones –se decía- eran de amor; pero reiteradamente hablaban de desamor: que la novia se muere, o que se va con otro, o que se va lejos y no volverá. Ninguna hablaba de que uno se metiera a besarse en los tinacos vacíos con la prima o con la hermana del amigo; así que eso –definitivamente- no era el amor. ¿Qué es el amor, entonces? Y para colmo... ¡la bomba atómica! ¡Qué angustia!
Me encontré un Jean Paul Sartre de mi hermano mayor en el librero y me volví super existencialisísimo. Dejé crecer la incipiente y rala barba, peinado a lo Belmondo, levis ajustados y mugrosísimos. ¿Un existencialista sin pipa o cigarro? ¡Nunca! Empecé a fumar.”Pero Sartre es marxista, güey”, informó mi hermano. “Pues yo no puedo ser marcista, porque nací en febrero”, contesté.
La moda eran los “cafés existencialistas”, donde se interpretaba jazz; pero no te dejan pasar si no mostrabas tu cartilla del servicio militar. Yo aún, no tenía la edad para ello (además que me aterrorizaba eso del servicio militar). Alguna vez me “colé” en uno que se llamaba “La Faceta”, acompañé a un amigo a dejar la batería con que tocaría el grupo. Fuimos espectadores de un ensayo de “Los Sinners”, quienes tocaban blues, más que rock. Recuerdo que allí escuché a otro grupo con una pieza muy conocida, pero en un arreglo diferente.
Canciones de Blues
Mi primo Constantin llegó una noche con un periódico en el que se hablaba de un grupo que estaba causando furor en Europa y que pronto haría una gira por los EU. Del grupo se sabía que se agotaban las localidades, que sus conciertos transcurrían en medio de gritos, desmayos, llanto de sus fans y que ellos se peinaban “a la bacinica”; pero nunca los había escuchado.
No fue sino hasta que mi hermano y sus amigos hicieron una velada de dominó, botanitas y alcohol. Yo acudí no como jugador, ni comensal, ni bebensal; sino como simple “gorrón”. Pero el festejado tenía el disco del grupo en cuestión y ahí los escuché.
Al poco tiempo, toda la chaviza comenzó a interesarse en ellos, pues se hicieron súper famosos. Ellos eran: Los Beatles. La publicidad los hacía aparecer como prototipo de muchachitos simpáticos, de buenos modales, decentes y que profesaban una fe, mientras ellos hacían lo posible por mostrar lo contrario. ¿Cómo dudar que Paul, tan bonito, era un buen chico? ¡Y Ringo, que era tan simpático! Pero los otros dos si que eran una descarga. Uno, medio intelectual y medio borracho, -John- que se comportaba como un “Loco Valdés” inglés; y el otro, tan burlón y sardónico –George- que no respetaba ni a sus mayores; con esa risita de “te tumbo a tu chava y... ¿qué, güey?”
Para entonces, los aparatos de radio ya eran de transistores, lo que los hacía pequeños y portátiles. En ellos se escuchaba a esa ola de grupos que surgieron con ellos y después. Unos macizos (duros), otros fresas (dulzones).
Canciones de la Era Beatle
Los tiempos estaban cambiando y las repuestas estaban en el viento. La canción de protesta tomaba su lugar ante la escalada militar de Estados Unidos en Viet Nam. La juventud replanteaba el papel de los rucos en el mundo entero: Estados Unidos, Checoslovaquia, París, Berlín y, desde luego, México.
Ruco era alguien de más de 30 años. Los jóvenes criticaban lo viejo, lo caduco, lo que –consideraban- debía morir. Y apareció un nuevo término, inventado por un ruco/joven (Julio Cortázar), que quedaba bien al muchacho rebelde, soñador, eterno inconforme: CRONOPIO.
Nuevos estilos de vida se oponían a los viejos valores: en California, grupos de jóvenes abandonaban sus familias y el bienestar que ellas les brindaban para vivir en comunas. Su consigna era “Paz y amor”, eran los hippies; adoradores de las nuevas relaciones de pareja, de la libertad. Eso, en el país que se consideraba el paradigma de la libertad.
Mientras, en el otro lado del mundo, los jóvenes checoslovacos se rebelaban contra la tutela que ejercía el poder soviético. Su país fue ocupado por tropas de la URSS.
En lo que fue Indochina, los miniguerrilleros vietnamitas les daban en tutísima su madona a los grandotes y engreídos marines gringos.
En París, los jóvenes enviaron a la ruquiza y al buen De Gaulle, literalmente, a la fregada.
Y en México un movimiento estudiantil fue aplastado con la fuerza de las armas. Con lujo de violencia, que llegó a su punto culminante con una masacre, la cual sigue impune porque ahora resulta que nadie recuerda nada o no les dijeron.
Canciones de Protesta
La lucha contra las potencias hegemónicas y los gobiernos tiránicos continuó en los 70’s.
Tanto en España, como en Chile, Argentina, Nicaragua y El Salvador, se gestaban movimientos populares y artísticos contra sus tiranuelos. Y algunos perseguidos por esos bichos vinieron a refugiarse en nuestro país.
En Cuba surgió un grupo de músicos que –como sólo México tenía relaciones con la isla- nada más aquí cantaban.
Así que en esa época, fuimos anfitriones de tres movimientos artísticos comprometidos con luchas sociales:
LA NUEVA CANCIÓN
LA CANCIÓN Y LA MÚSICA LATINOAMERICANA
LA NUEVA TROVA CUBANA.
Me enrolé, de inmediato, a esos movimientos musicales. Además de que me era más fácil cantar en mi idioma. Y componer. Para un compositor analfabeta en música como yo, fue un gran invento la nueva grabadora portátil a cassette.
Una fiebre afectó a mi barrio mercedario, fiebre de primavera: los cuates empezaron a casarse. ¿Para qué? Quien sabe, pero ahí iban en filita. Para entonces las obras de Uruchurtu fueron hechas trizas, pues desde los últimos años de la década anterior el metro se llevó los camellones llenos de flores Las novias de la adolescencia se fueron, y los sueños se quedaron. Sólo se hizo tangible la dura realidad: la mayoría de los amigos (y yo mismo) se había alineado a esa difícil tarea de ser maridos y padres.
¿Cómo voy a ser padre si odio la autoridad de los padres? ¿Cómo es que voy vivir con una sola mujer si quiero estar con todas las mujeres del mundo? ¿Cómo voy a educar niños si sigo siendo un poco niño? ¿Cómo voy a forjar un hogar si lo que quería era salirme del de mi familia nuclear? ¿Cómo voy a mantener una familia si no sé ni mantenerme yo solo? ¿Cómo es que voy a jugar a ser adulto responsable si soy un irresponsable de marca? ¿Cuál es el camino? ¡Ay, Cómo extraño las pequeñas cosas de mis días pasados! Pero había una notable diferencia con las generaciones anteriores: las mujeres empezaban a pensar igual.
Canciones de Serrat, Silvio y Pablo
Por supuesto que me fui a vivir con una sola mujer, a ser padre, a educar hijos; hice un hogar, mantuve una familia y aprendí a jugar al adulto responsable.
Y llegó la década perdida, los 80’s. El dance, dance, dance; el entretenimiento y los jueguitos para enajenarse. Se murieron John Lennon, por imaginar demasiado, y Julio Cortázar, por haber escrito “Historias de Cronopios y de Famas”. El Che Guevara, que había muerto casi 20 años antes, dejó de ser un icono y su lugar fue usurpado por John Travolta,
Mi ciudad se destruyó debido a un sismo. Los yuppies se adueñaron de las cantinas, el tequila y del lenguaje popular. Los tecnócratas se apoderaron del Estado Mexicano y después hubo un fraude electoral mayúsculo que favoreció a los nuevos políticos mercaderes comprometidos con la globalización que malgobiernan hasta el día de hoy (con una burda máscara de cambio que no es sino un cambio cromático: de tricolor a azul), en perjuicio de los cada vez más pobres que subsisten en este país.
Cayó el muro de Berlín como preámbulo a la catástrofe del socialismo, dando pie a la unipolaridad que permitiría a los militarotes y ricotes gringos acariciar el sueño de convertirse en policías y dueños del mundo. Y a éste lo llenaron de microcomputadoras.
Y llegó la nostalgia, la nostalgia por las ideologías que auguraban un mundo mejor, en el que nadie muriera de hambre, donde no murieran niños a causa de enfermedades que son curables, por falta de medicinas. Nostalgia por la esperanza. Nostalgia por un ayer en el cual a nadie le faltaban ideas sobre cómo mejorar el mundo y luchar por sus convicciones. Ahora sólo importaba el dinero, cuánto vendes, cuánto vales. La banalidad, el hedonismo, el egoísmo y la evasión. El “don’t worry, be happy”
Y “Girls just wanna have fun”.
Canciones de Troveros Mexicanos
Después, surgieron agoreros del Apocalipsis y milenaristas de la Redención. Mientras, las guerras se convirtieron en un reality show televisado. Se crearon armas “inteligentes” manejadas por imbéciles. Nuevo reparto del mundo por la posesión de “los veneros del diablo”.
Pero... en medio de tanta oscuridad, y glorias de oropel, empezaron a surgir nuevas alianzas entre aquellos que fueron cronopios, las mujeres y los jóvenes de hoy que gritan:
“¡Viva la diversidad! ¡Muera la uniformidad global!
¡El poder militar y financiero a la basura!
¡La democracia empieza en la cama, no en las urnas!”
Llegó Sabina.. Resurgió el Che como icono. Resucitaron el Rey Lagarto y los Beatles. Saramago, García Márquez y Fuentes, se quitaron los años, se hicieron nuevos.
Así que, un día, yo... “me fui a rescatar lo olvidado, corriendo a alcanzar el día de hoy, a beber lo no vivido, a besar las que no amé”... A buscar el amor, la solidaridad y –en mis dulces pecados- mi salvación eterna”.
Hoy hay un nuevo rock cantado en español. Resurge la esperanza (a pesar de las guerras contra el terrorismo hechas por súper terroristas que sueñan con su demente pesadilla del “Nuevo Siglo Americano”) porque tenemos la fe, y los amigos, y la sangre en el barrio, y el grito en el cielo. “Más de cien palabras, más de cien motivos para no cortarse de un tajo las venas”.
Canciones de Sabina, Fito, Pedro Guerra, Aute
Para finalizar, en verdad os digo, hijos míos, que hay que tratar de renovarse, como ser humano, a cada día. Recrearse, en el sentido más literal de la palabra.
A pesar de devotas teresianas, que amenazan proseguir con su proyecto (¿cuál?), y el de botas de su marido, que se empeña en seguir tratando a sus gobernados como retrasados mentales y en prometer acciones de gobierno que parecen más obras de caridad que planes de desarrollo, hay esperanza. Hay esperanza.
Por ello, hay que vivir AQUÍ Y AHORA.
Lanzarnos, cual si fuéramos émulos de Marcel Proust,
EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Sentirnos como dice el estribillo de “My Back Pages”, de Bob Dylan:
“…Yo era entonces mucho más ruco, Hoy soy más chavo de lo que en aquel ahora”.
Gracias.
Canciones Mías
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