Friday, September 14, 2007

De Cibernarrativa (Tomo 5) "Lo Celo Porque lo Quiero"

********************************************
Imagen: "Antique". Gabriel Castillo-Herrera.

“LO CELO PORQUE LO QUIERO”.

Por: Gabriel Castillo-Herrera.

Samia se encuentra en una esquina de la habitación. Está sentada sobre unos cojines y toma notas en un cuadernillo. A cada esquina adyacente -en la misma habitación- se encuentran, a su izquierda, Gerardo; a la derecha, Leticia. Ellos están sentados en el suelo. Hablan. Leticia es directa, dirige sus palabras hacia su novio mirándole a los ojos. Él, en cambio, siempre mira a Samia mientras expone sus puntos de vista. Ésta, ante ello, le pide que haga directamente sus demandas a su prometida.

Los invita a que utilicen un lenguaje que implique la segunda persona... Que sean, además, asertivos.

-Traten de evitar el “él” o “ella”. De hecho hagan de cuenta que yo no estoy. Es mejor que lo hagan así.

Llevan varias semanas acudiendo a verla. Están próximos a casarse –o a vivir juntos, no lo han dicho- pero alguien les recomendó que, antes, tomaran sesiones de terapia, ya que Leticia es víctima de los celos, lo que hace que su pareja se queje, frecuentemente, de ella.

-Es que ella llega a extremos que, a veces, me parecen francamente ridículos, Samia. Llega a ponerme en vergüenza con mis amigos, mi familia; en el trabajo...

-Te recuerdo que sería mejor que se lo dijeras a ella, Gerardo.

-Es que yo te he visto cómo coqueteas con la lagartona esa de la secretaria de Ramírez. –Reclama Leticia.
-Es que... no es cierto, Samia, ¡no es cierto! Simplemente trato de ser amable; pero ella confunde las cosas...

-¡No te hagas!, si yo te he visto, ¡no lo niegues! Además, ¿por qué tienes que ser amable con ella? ¿Para qué? A ver, ¡dime!

-Pues es que es una compañera de trabajo y no tengo que ser grosero con ella, ¿verdad, Samia?

-Y... ¿qué no sabes que arruinó el matrimonio del Arquitecto Suárez? ¿No sabes que, también, el encargado del archivo de nóminas abandonó a su mujer por andar con la vieja esa?. ¡Yo no sé qué le ven! Bueno, sí, sí sé que le ven; pero... ¡es que es tan vulgar!

-Si ellos se enredaron con ella, es su bronca; ¿no crees, Samia?

-Bueno, Leticia, aquí veo que estás dando por hecho que Gerardo va a tener que enfrentar lo mismo que los compañeros que mencionas. Pero... todavía no está cerca de ello, ¿no crees?

-¡Aayy, Samia, pero si yo conozco a ese tipo de viejas! Si Gerardo no le hace caso ella le va a tender el cerco.

-Pero es que yo te quiero a ti, Lety... yo no tengo por qué andar buscando por otro lado.

-A ver, Leticia, ¿percibes lo que él te está diciendo?

-Y... ¿tú crees que le voy a creer?

-Bueno, ya hemos visto que uno de los elementos del amor es la confianza; lo vimos desde las primeras sesiones. Y estuviste de acuerdo...

-No, si confianza sí le tengo; a las viejas de la oficina son a las que no les tengo naditita. He visto mucho, Samia. Tú ni te imaginas.

-Samia, -pregunta Gerardo- ¿verdad que ya habíamos dicho que los celos son una manifestación de inseguridad? ¿Verdad que tiene que fortalecer su personalidad?

-Pues yo no estuve de acuerdo en eso. Yo lo celo porque lo quiero, Samia, es sólo por eso.

-Pero... yo también te quiero y no te celo. –responde Gerardo.

-Porque yo no ando de loca...

-¿Y él si anda de loco, Leticia?

-Bueno, no; pero es que las viejas...

-Te voy a hacer una pregunta –dice Samia- ¿por qué te refieres a las otras mujeres con ese epíteto de “las viejas”? ¿No crees que ante los ojos de las demás tú y yo somos parte de “las viejas”?

Leticia se queda en silencio por largo rato. La terapeuta aprovecha el momento para levantarse y prepararse un café, ofreciéndoles a sus clientes. Ambos contestan que no. Cuando toma, nuevamente, su lugar, se encuentra con una Leticia llorosa. Le acerca la caja de pañuelos desechables y dice:

-Es bueno que descargues todo lo que te afecta, Leticia; y tú también, Gerardo; pero aquí lo importante no es sólo la catarsis. Vamos a tener, aún, algunas sesiones en que sólo lleguemos a eso. Sin embargo, ambos están progresando bastante. Aquí, lo importante es aprender...

-Es que... ¿por qué soy así, Samia? –dice Leticia desesperada- me doy cuenta de que no debo ser así; pero sucede que lo hago cuando ya causé mucho daño.

-No sabemos por qué eres así, ni por qué Gerardo es como es. Y en este tipo de terapia no nos importa. Lo que hay que hacer es trabajar en el darse cuenta de cómo somos y en el aprender que podemos pasar por estos estados evitando las visiones catastróficas; tendremos que empezar a aprender que podemos pasar por nuestros celos sin que nos hagan daño. Así nos daremos cuenta de que nuestros celos sólo nos dañan a nosotros mismos; de que somos verdugos y víctimas de nosotros mismos. Lo vas a ver, Leticia. Van a crecer como seres humanos. Por hoy terminamos. Nos vemos la próxima semana. Cuídense.

Leticia y Gerardo salen. Pagan a la secretaria los honorarios de la terapeuta. Se dirigen al auto estacionado en el crucero; él se detiene para ver los periódicos en un puesto. Ella le dice que olvidó sus lentes, que la espere ahí. La noticia del día es un nuevo ataque de la resistencia iraquí a instalaciones militares de los Estados Unidos; se pone a leer los encabezados de varios diarios. Finalmente, decide comprar “La Jornada” para enterarse bien del hecho. Lee varias reseñas de lo acontecido y el editorial que se refiere al suceso que llamó su atención. “Leticia, ¿por qué tarda tanto?”. Y sigue leyendo. Por fin, la ve venir. Puede observar que viene con cara de malhumorada. Camina rápido, casi corre.

-Qué pasa, Leticia. ¿Qué te sucede?

-Nada; fui a arreglar un asunto pendiente

-Qué... ¿no fuiste por tus lentes? No los traes puestos. ¿No estaban ahí?

-Fui a arreglar un asuntito con la doctorcita esa....

-No es doctora, es...

-Es... es.. ¡una puta! ¿Apoco me vas a decir que no te das cuenta de cómo te mira? Para ella yo soy la celosa que le hace la vida imposible a su prospecto: ¡tú!. No se ha atrevido a hacerlo; pero yo sé que se sienta en el suelo para, al menor descuido, subirse la falda y enseñarte los calzones; si es que usa. “¡Aaayy!, ¿quiiieren cafeeé?”. Nomás se levantó para mover el culo y dártelo a desear. ¿Crees que me chupo el dedo? Las piernas sí te las ha enseñado; la cínica piensa que no me he dado cuenta. Como tiene buena pierna... usa minifalda, para que estés ahí de baboso. Tú eres mío y de nadie más. Y no me salgas con que son celos enfermizos; yo sólo te quiero.

-Pero... ¿cómo se te ocurre? ¿Qué hiciste, Leticia?

-Lo que les voy a hacer a todas las pirujas que se te quieran acercar: Me la madreé a la muy golfa. Y nadamás que entremos al coche, vas a ver cómo te va a ti.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home