Tuesday, July 10, 2007

De Cibernarrativa, Tomo 1 (Labrador de Sueños Acuáticos)



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LABRADOR DE SUEÑOS ACUÁTICOS.
(Oda a un Sueño Perdido a Cada Amanecer).

Un cuento de Gabriel Castillo-Herrera.

Mucha gente creía que en el año 2000 se iba a acabar el mundo. Nada más erróneo, puesto que el fin del mundo ya había ocurrido años atrás; al menos para mí.

Por aquellos tiempos en que el sureste del país se encontraba agitado por la aparición de ese icono que es conocido por el alias de “Marcos”, conocí a una hermosa mujer que tenía por nombre uno del cual ya no puedo acordarme. Sin embargo, sé que la llamo en mi sueño, el cual se esfuma a cada mañana al igual que su imagen; sólo sé que tiene algo que ver con el agua. Ella me ofreció las alas de Ícaro para que me lanzara al cielo en pos de su amor; nunca tuvo la menor intención de entregármelo.

Nos conocimos en las escaleras de la Librería Gandhi que llevan a la cafetería del piso superior. Ella observaba una fotografía del subcomandante, lo que me dio un buen pretexto para contemplar su misteriosa hermosura largo rato.

La percibí rodeada por un halo cerúleo. Ahí estaba con las pupilas fijas. Me acerqué y dije algo; pero no me hizo caso, seguía como ausente. Mis siguientes palabras consiguieron, al fin, respuesta.

Hasta entonces, su mirada azul hizo de la mía su hábitat, su lugar.

Después de unos minutos de conversación, la invité a tomar un café. Siempre directo y apostando a ganar, aunque sutil y dulce manipulador de las circunstancias, me hice de su amistad aprovechando mi conocimiento del tema y su decidida admiración por el guerrillero.

Habló y habló del zapatismo y yo asentí y asentí, enriqueciendo sus puntos de vista con mis comentarios aprobatorios.

A partir de ese día nos vimos a diario; y, a la siguiente semana, ya estaba disfrutando de posada en su recámara.
Me hice cómplice de su desmedida afección por el Sup.

Todo por tener derecho de acceso a los diversos rincones de su cuerpo de cielo, mar y fuego, Todo por beber de su savia. Todo por saborear la cascada de su cabello. Todo por hundirme en el cenote sagrado de su ombligo.

Todo por la simulación de muerte de lo más profundo de su sexo y con la que me daba, también, una simulación de vida.

Todo por la tormenta que emanaba de sus ojos: “...¡ay, tormentos rabiosos...!”

Todo por el deseo, inútil, de secar la saliva de su lengua.

Todo. Así fuera inmolar el cordero de mi salvación eterna en un sacrificio-ofrenda a la sagrada herejía de su piel.

Pero su cabeza ya no estaba en su sitio; debí haberlo supuesto cuando me pedía que cada noche la amara y durmiera con un pasamontañas.

Un día de la cuarta semana desperté a la pesadilla sin fin de su ausencia. Dejó una nota que decía: “Soy el mar, soy el cielo y mi lugar es otro; no contigo. Tú fuiste un ensayo. Voy en busca de mi destino vital. No voy a Chiapas; a él lo voy a encontrar en otra dimensión; en aquella de la que provengo y la que es mi destino, porque también es la suya”.

Y ya no hubo diferencia entre sueño y vigilia. Cuando puedo recordar su nombre y verla es cuando estoy dormido. Creo.

Desde entonces duermo y sueño estando despierto y vivo cuando duermo y sueño.

Condenado a abrir surcos de sueños en el agua de una vida perdida en ensueños.

Arando con mis alas derretidas.

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