Tuesday, August 22, 2006

Episodio 1

EPISODIO 1.-

María nació el 25 de diciembre de 1910, pero no fue sino hasta hace diez años que se enteró de ello, pues siempre supuso que su onomástico era el día 23; sus hijos y esposo siempre se lo festejaban este último, hasta entonces. El menor de la descendencia fue quien realizó el hallazgo al tramitar la obtención de una copia del acta de nacimiento de su progenitora, la cual no aparecía por ningún lado. Descubrió más: que su abuelo acudió al Registro Civil con la niña María, neonata, a dar fe del alumbramiento la Navidad del año en que Madero llamó a la rebelión contra Porfirio Díaz.

Ella fue la tercera de cuatro hermanos. Según parece, el padre venía huyendo, junto con los tíos, de Salamanca, Guanajuato, de las revueltas campesinas previas al estallido de la revolución.

Contaba María que su padre y tíos poseían tierras de cultivo o eran hacendados en aquellos lares, pero merced a las sublevaciones de peones y labradores, tuvieron que huir a la capital de la República. Emigraron abandonando su prosapia y heredades. Ya aquí, señoritos de campo, no pudieron más que incorporarse al ejército de desocupados, viviendo en condiciones paupérrimas e insalubres, lo que trajo como consecuencia que el padre de María contrajera tifo, por lo que -en un lapso relativamente corto- abandonó el mundo de los vivos víctima de fiebres altísimas sin atención alguna. Supongo que de meningitis. Ella, no sabe si lo recuerda o alguien se lo contó; refiere que Don Victorio salía con ella en brazos gritando: “¡Ahí vienen esos tales por cuales revolucionarios, corran!”, lo cual era incierto, solamente era producto de su mente febril ya muy afectada.

La suerte de Guadalupe, madre de María, no fue muy diferente. Primero tuvo que repartir a los hijos -a quienes no podía mantener- con parientes, amigos, compadres y hasta con desconocidos. Siendo una época caracterizada por los grandes problemas que implicaba un movimiento social, con los tintes sui géneris de la Revolución Mexicana, (hambre, pobreza, enfermedades, falta de medicinas y grandes masas depauperadas liberadas de las haciendas), los hijos de Guadalupe pasaban de una casa a otra, lo que ocasionaba que se perdiera contacto entre ellos. Consiguió empleo en una fábrica de cerillos, donde se laboraba sin protección, por lo que -al cabo de un tiempo- terminó afectada de los pulmones, enferma de tisis, la que en pocos meses le arrancó la vida. María recuerda que su abuela la llevó al lecho donde su progenitora agonizaba, pero no la vio expirar.

María anduvo de la seca a la meca: con padrinos, tíos y una que otra familia perfectamente desconocida, al menos para ella. Una experiencia que marcó su vida –por cruel- fue con su tía Severa, que hacía honor a su nombre en demasía. Esta mujer la golpeaba porque “la mocosa” era incapaz de hacer las labores hogareñas con la misma celeridad que ella, que ya sobrepasaba la juventud. El tío, marido de doña Severa, le decía: “...si no quieres a esa niña regrésasela a su abuela, pero no la golpees...”; sin embargo aquella santa mujer no hacía el menor caso y se exoneraba construyendo un complejísimo andamiaje de justificaciones. Hasta que un día la abuela visitó a la niña y notó indicios de la última golpiza. La tía adujo que “...es que esta escuincla se acuesta a dormir con pan y las ratas la royeron, por eso está así...”. “¡Ah, pues qué ratas tan hijas de la tiznada!”, contestó la abuela, quien adivinaba la razón de las magulladuras y excoriaciones en el cuerpo de su nieta. Ese día se la llevó con ella.

Finalmente, María fue a parar con una familia que vivía en Palacio Nacional. Hoy ya no recuerda los nombres de sus protectores ni por qué habitaban ahí; parece que eran conserjes u ordenanzas. Después de una infancia llena de sufrimientos, inexplicablemente, sus recuerdos del periodo con esta familia son muy vagos.

Siendo ya una jovencita, empezó a trabajar en una fábrica de hilados y tejidos. Para entonces el país estaba en calma chicha. Estimo que fue en la década posterior al obregonismo, quizá durante los primeros años del gobierno callista. Parece ser que tuvo un pretendiente de apellido Revueltas, que militaba en el movimiento sindicalista y en el partido comunista, pero no recuerda si se llamaba Fermín o José.

Su instrucción académica se redujo a unos cuantos años de primaria, debido a los tiempos de guerra revolucionaria y porque en esos días se decía comúnmente: “¿para qué estudian las mujeres si se van a casar?”.

Philippe nació en Querétaro el 1 de agosto de 1905. Fue el menor de quince hermanos, de los cuales sólo sobrevivieron nueve. Su padre, de ascendencia francesa, era un pequeño empresario, industrial de la época. Su ramo eran los artículos de piel: cinturones, monturas para caballos y, prioritariamente, se dedicaba a la fabricación de calzado; guaraches, pues. Si se toma en cuenta que en ese entonces México -y sus provincias- pertenecían a una formación social predominantemente agraria, se comprenderá que la familia vivía más o menos bien, dado que el tipo de calzado más utilizado era el guarache, no el zapato. Por algún resentimiento con el abuelo, el papá de Philippe hizo una castellanización un tanto arbitraria de “Rousseau”, que era su apellido original, por “Russo”.


Al igual que María, su infancia transcurrió en tiempos de la revolución, Fue testigo del paso de villistas y obregonistas en fechas cercanas a la batalla de Celaya. Contempló la llegada de los heridos al convento anexo al templo de Santa Rosa Viterbo, que se encontraba frente a su domicilio. Ahí eran atendidos; lo cual es una exageración, pues no contaban con medicinas; así que, sin más, en ese lugar espantaban la muerte a rezos o abjurando de la fe si no se concedían las plegarias por obtener milagrosos –literalmente- alivios. Su hermano mayor –Pierre- fue herido en esa batalla; así que otro de ellos lo sustrajo del habilitado hospital y lo llevó a casa. Se arriesgó a viajar, en burro, a la Ciudad de México para conseguir alcohol y vendas, que era lo único que se podía obtener, para curar al herido casi en agonía. Se expuso a ser despojado -por salteadores, rebeldes o soldados federales- de las mercancías que llevaba para permutar por medicamentos (no había moneda que fuera aceptada por las diferentes facciones). Finalmente regresó con lo requerido y lograron salvarle el brazo perforado por una bala expansiva. El miembro quedó inmóvil para el resto de sus días, los que vivió en la Ciudad de México, donde emigró, dedicado a la carpintería y ebanistería.

Por aquellas fechas, el prolífico padre levantó, en una de las habitaciones, un muro falso tras del cual escondía grano y a sus dos jóvenes hijas en prevención de que éstas pudieran ser robadas por las huestes revolucionarias; ocultó el acceso con un gran ropero,. Con ingenio similar, otro de los hijos construyó un horno para hacer pan, al cual nombró “Horno de la Revolución”.

Philippe nunca pudo olvidar aquellos años. Sobremanera cuando, curioseando por el panteón, fue testigo del momento en que una carreta, arrastrada por mulas, descargaba un montón de cuerpos sin vida en la fosa común. El ruido que producían, se grabó en su mente por siempre. Sordo sonido de espeluznante oquedad.

Querétaro, como la mayoría de las provincias del centro de la República, era la típica ciudad en que se podía encontrar un centro de perdición en una esquina y, en la otra, donde expiar las culpas y los pecados: una iglesia. Durante algún tiempo, unos revolucionarios llegaban a la ciudad y las cerraban. Pero cuando llegaban los villistas, las volvían a abrir y el lugar se convertía en un centro de fiesta.

Yo no entiendo cómo es que residiendo en un lugar donde la religión dominaba por entero los aspectos de la vida, y perteneciendo a una familia muy devota, Philippe resultó ser un hereje irredento hasta el fin de sus días. Como las escuelas permanecían cerradas, su primera educación la recibió, junto con el catecismo y el estudio de la música, de religiosos: curas y monjas. Su padre, intentando cortar con su pasado francés -además de modificar su apellido-. (sin embargo, extrañamente, continuó dando a sus hijos apelativos franceses, costumbre que se extendió a los nietos), abjuró del calvinismo y se convirtió al catolicismo. ¿De dónde, pues, el ateísmo filipense?

Él y dos de sus hermanos (los tres menores fueron quienes recibieron el beneficio de la educación académica) estudiaron en la Escuela de Música Sacra, que hoy es el conservatorio de esa ciudad, pero él sería quien la tomaría como inclinación determinante para el resto de su vida. (El penúltimo llegó a recibirse de ingeniero mecánico en el IPN y Philippe estudió Filosofía en la Universidad Obrera fundada por Vicente Lombardo Toledano).

Previamente, ya en el periodo post revolucionario, estudió -lo que hoy es equivalente a la secundaria y la preparatoria- en el Colegio Civil de su ciudad natal.

De una primera unión procreó dos hijos. Esta unión no prosperó y la mujer marchó con la hija y él con un varón. Más tarde, durante los tiempos de gestación del movimiento obrero organizado en la Ciudad de México, partió hacia ésta -proletarizado- consiguiendo emplearse en una fábrica de productos químicos; después, en una escuela que, según entiendo, después se integró a un incipiente Instituto Politécnico Nacional.

María y Philippe se conocieron en las lides sindicales por los tiempos previos a la instauración de la CTM (él se adhirió al Partido Comunista). Nadie sabe cómo, pero decidieron compartir sus vidas. Con María engendró tres hijos. El otro, el primero, quedó en Querétaro al cuidado de la menor de las hermanas Russo, quien la hizo –a fin de cuentas- de madre del muchacho. Por tanto, Salvador –que así fue bautizado por deseo de su madre biológica- fue quien llevaba –según la usanza- el apellido por duplicado.

Así que los cuatro hermanos nacieron durante sendos periodos –y muy definidos- de la historia:

Uno, hijo de la provincia mexicana. Tres, de la metrópoli.

Uno, hijo del obregonismo. Otro, de la Expropiación Petrolera. Otro, de la 2ª Guerra. Otro, de post guerra.

Una adolescencia de canciones rancheras. Otra de mambos. Otra de rock presleyista. Otro de rock beatleano.

Uno que besaba la mano a papá. Otros que le cuestionaban sus puntos de vista.

A pesar de sus orígenes, Philippe no fue un padre impositivo, ni se valía de su condición de mero-mero del clan para ejercer su autoridad; por tanto los tres menores no entendían aquello del beso en la mano y la reverencia de Salvador hacia el padre cada vez que venía a México de visita. “¡Que bato tan loco!”


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