Friday, August 18, 2006

Episodio 3

EPISODIO 3.-


Debido a la propaganda anticomunista en época de John Foster Dulles, Secretario de Estado de Eisehower, “ruso” se había tornado, de gentilicio, en epíteto para denominar a los abominados soviéticos. Eran los tiempos de la “Guerra Fría”. Así que, dadas las simpatías que los Russo manifestaban hacia la Unión Soviética, los amigos de Regis simplificaron el apellido de la familia, rebautizándolos con el apodo de “los Rusos”. En tal virtud, Regis y Denis se convirtieron en “Ruso Grande” y “Ruso Chico”. Gastón, poseedor de una aureola ausente que lo aproximaba a lo inmaterial, y que para los mayores carecía de personalidad propia, era una especie de lapa denisciana. Un doble de menor edad, del que sólo pudo desprenderse hasta llegada la fecha de un suceso definitorio en la vida de ambos.

“Los Rusos”, que habían sido influidos por Philippe en cuanto a sus convicciones políticas, confrontaban sus puntos de vista, para reafirmarlos, alegando con vehemencia. Gastón era pasivo escucha de las largas pláticas de aquéllos. Se convertía en el único asistente al auditorio dispuesto en el comedor familiar durante las mesas redondas (aunque la de casa era rectangular) convocadas por la testa tribal rusoniana. Tema frecuente, era el Estado Mexicano.

El Estado emanado de la Revolución, decían, había resultado autoritario y continuador del esquema heredado de los emperadores aztecas, representados por los grandes tlatoanis, cuyo poder era absoluto. Abajo, un sistema piramidal (o... ¿multipiramidal?, nunca lo definieron) en el cual, en cada estamento, hay un cacique /súbdito que le debe obediencia al del piso superior; pero, a su vez, reproduce el esquema ejerciendo un poder igualmente absoluto sobre un sector del mismo estamento. Allí, en esa misma planta, existen otros depositarios de símil poder, lo que permite que se mantenga un equilibrio de fuerzas que asegura la paz en cada planta y por ende, en toda la pirámide, aún a coste de que en el basamento (el cual es el más numeroso y donde el poder se “socializa” con arreglo ciertas reglas que permiten beneficios colectivos) haya descontento y condiciones adversas para poder crear una sociedad con sencillo acceso a lo que hoy se denomina “mínimo de satisfactores”. El sistema legado de la Corona Española, absolutista, no era muy diferente. De ahí el sistema de cacicazgos y caudillismo previos al movimiento armado de 1910, decían. Estas contexturas continuaron vigentes después de concluida la gesta.

Carranza, Obregón y Calles fueron los ejes de un sistema de concentración de poder en una sola persona. El primero intenta perpetuarse, de facto, en detrimento de La Convención de Aguascalientes. El segundo, lo intenta reeligiéndose. Ambos mueren, violencia de por medio, sin conseguirlo. El tercero, lo logra, temporalmente, erigiéndose como caudillo. Después crea un partido en el que encuentran cabida la suma de actores otrora beligerantes (nueva versión de lo que fue “El Abrazo de Acatempan”, la formación del Ejercito Trigarante y la consumación de la Independencia, con lo cual se inaugura una nueva forma de hacer política a través de la concertación pacífica y el diálogo civilizado: mismo fin, pero con ideologías e intereses antagónicos -un pacto entre enemigos- que quedan acrisolados mediante el reparto de beneficios y cuotas de poder que se traducen en corrupción tolerada, como hasta nuestros días). Entre tanto, domina el escenario político poniendo y quitando presidentes que le sean leales. Además, dentro el partido, crea instancias de poder que le fueran afines: líderes del naciente movimiento obrero organizado y masificado devenido de la mano de obra liberada de las haciendas al fin de la guerra.

Los cálculos políticos de Calles fallan; no pudo impedir que el PNR candidateara como nuevo depositario del poder presidencial a Lázaro Cárdenas. El partido escoge a un hombre que no va a permitirse pasar a la historia como uno más de los “presidentes nopalitos”; uno que no va a aceptar que le presten el poder. El general michoacano resulta electo y comienza a ejercer la dirección del país sin seguir los dictados del caudillo. Las negociaciones dentro del partido, a fin de preservar “la unidad revolucionaria” consiguen que varios callistas sean incluidos en el gabinete. El presidente, para poder enfrentar esa situación, se alía con líderes y grupos de obreros que no comulgan con la CROM (la central que le es incondicional al “Jefe Máximo”); con campesinos; con intelectuales de izquierda; y, habiéndose fortalecido, se distancia de Calles. Como cuenta con el apoyo de grupos y gente progresista salida de la Revolución y con la izquierda de diversos matices -comunistas, inclusive- esta situación es tomada como pretexto para que la gente de Calles conspire contra el gobierno. Entre tanto, muchos emplazamientos a huelga son resueltos en favor de los obreros, ante lo cual los empresarios instan al “Jefe Máximo” a sujetar al orden al presidente. Éste, una y otra vez afirma que no está en contra del sector patronal, pero que no se puede declarar partidario de que los obreros subsistan bajo un régimen laboral injusto.

El otrora radical Calles, se había convertido en un propiciador de los negocios norteamericanos y europeos, principalmente en el ramo del petróleo. Había permitido a los miembros de “La Familia Revolucionaria” que le eran leales, entre los que se hallaban los líderes obreros, que se hicieran millonarios gracias a canonjías, corruptelas y negocios turbios. El creador de un régimen bonapartista, al que posteriormente sacrificó en el altar del PNR, aunque pretendía perpetuarse como sumo sacerdote de la nueva religión institucionalista de la Revolución, abiertamente criticaba y culpaba a Cárdenas del clima de inestabilidad (que él mismo provocaba) y de ser un político que tendía hacia el “extremismo de izquierda”.

“El Jefe Máximo” no es capaz de comprender que en México nunca más se obtendrá el poder mediante golpes de estado.

El presidente reorganiza el gabinete para deshacerse de los callistas. Caen, por consiguiente, gobernadores. Una limpia total en los niveles de poder.

Después de un simulado autoexilio, con el que pretendía manipular la opinión pública, Calles regresa y se vuelve más agresivo su discurso contra Cárdenas, a quien acusa de conducir al país hacia el comunismo y de favorecer la dañina agitación de los obreros. El presidente acrecienta su estatura y expulsa del país a Calles junto con sus allegados; y, en ese acto, se extingue para siempre la figura del presidente-caudillo que tanto daño le ha hecho a México a través de su historia.
“I said:
Even though you know what you know
I know that I’m ready to leave…”

(Es por esas fechas, en medio de ese periodo de grandes movilizaciones obreras que fueron el preámbulo de la expropiación petrolera, que Philippe y María se conocen).

Los Russo (o, los “rusos”) afirmaban que la Expropiación constituyó una segunda manifestación de independencia. O, quizá, la verdadera; ya que la de 1821, coincidían, sólo había trasladado el dominio de la riqueza de manos de la Corona Española a los españoles nacidos en América (los criollos civiles, militares y del clero) sin que se hubiera modificado, en esencia, la estructura económica, principalmente en cuanto a la distribución, lo que impidió una transformación de la sociedad en su conjunto. Ello trajo como consecuencia que durante los siguientes años no hubiera paz. Las luchas entre facciones (que, grosso modo, se pueden sintetizar en el perenne enfrentamiento de criollos ricos contra criollos de la clase media ilustrada aliados al mestizaje, sirviéndose –ambos- de los indígenas como carne de cañón) fueron aprovechadas para una nueva apropiación de las riquezas nacionales por parte de Inglaterra, Holanda, Francia y Estados Unidos, país que no sólo se apropió de sectores de la riqueza nacional, sino de la mitad del territorio. Y ya en tiempos de “mucha administración y poca política” porfiriana, el régimen entregó nuevamente a los extranjeros otro tanto de los bienes del país. Resultaría absurdo considerar independiente a un país cuya riqueza seguía en manos extranjeras; riqueza que era explotada mediante fuerzas productivas de carácter capitalista en una nación en la que las relaciones de producción no se correspondían con aquellas. Relaciones de producción aún ligadas a la tenencia de la tierra, no a la típica propiedad industrial. Por eso es que la Revolución devino necesidad histórica.

“Necesidad histórica”. Yo no entendía bien a bien el contenido de las pláticas y discusiones entre mis hermanos y nuestro padre. Mi memoria guardaba los hechos narrados. Comprendía que los güeritos eran los fregones y los prietos los fregados. Pero de lo que llamaban “aspectos teóricos”... ¡caput! Como si hablaran en alemán. Pero, eso sí, me esforzaba por liarlo a lo inteligible mientras me ocupaba de coser botones sobre un trozo de tela, obraje a destajo que mamá y yo (y en ocasiones mis ruso-hermanos, por ganarse unos centavos) realizábamos para una vecina, madre de la Güera Klee (que mantenía perpetuamente enamorados a los adolescentes del rumbo, el amor inalcanzable). Ignoro cuál sería el objeto de esa actividad, pero lo que adquiría significado era que me correspondía una parte del pago por desarrollarla. Denis se afanaba en mostrarme la similitud entre lo que ellos hablaban y el particular:

- -¿Ves? La señora Klee es la güerita y emplea a los medio prietos que somos nosotros.
- Pero nosotros no somos indígenas...
- Pero somos mestizos medio pobres. ¿Entiendes?
- La señora Klee... ¿nos explota?
- ¡No, no lo veas así! Lo que sucede es que su negocio no es una empresa capitalista, en toda la extensión de la palabra. Es como en los inicios del mercantilismo... en la Edad Media... en Europa, Gastón; ella pudiera ser como la maestra en un pequeño taller artesanal que, para entregarle su producto al gran comerciante de los burgos, requiere contratar mano de obra que, ni siquiera, es asalariada aún.

Me quedé igual que antes, pero fingí entender. “...¡Ah, entonces todavía no es trabajo asalariado! Ya comprendo, Denis. O sea... ¡Ah, claro!”

Denis no es más que cuatro años mayor que yo; pero siempre ha sido un perfecto ratón de biblioteca. Además, el más asiduo interlocutor de Philippe; pues Regis –en esa época- ya no permanecía mucho tiempo en las “mesas redondas”, rectangulares, del comedor.

Philippe siempre se preocupó porque desarrolláramos una afición por los libros. Así, uno de los paseos nocturnos preferidos era ir a la Alameda. Ahí estaba la Librería de Cristal, verdaderamente de cristal. Y nos pasábamos horas frente a las vitrinas. Y entrábamos a hojear y otear uno y otro. Nos hechizaban los libros; tanto, que Regis desarrolló una depurada técnica para obtenerlos en gratuidad para, así, incrementar el acervo cultural de los Russo: entrar a las librerías grandes (Zaplana fue la principal promotora de donaciones) con un estuche, vacío, de máquina de escribir portátil e ir introduciendo, subrepticiamente, los textos para el enriquecimiento (de hecho, construcción) de la Biblioteca Russo. Hubo que diseñar y fabricar dos nuevos libreros en el taller escolar de carpintería de Regis y Denis. Yo no contribuí. Fui asignado al taller de imprenta del conjunto colegial que había surgido como emblema de la Revolución y que se había edificado sobre los escombros de una cárcel que representaba lo infame de la tiranía a la que el movimiento armado iniciado en 1810 dio fin. Las artes y oficios revestían una vital importancia dentro de los programas diseñados para las generaciones pos revolucionarias; la finalidad era fomentar en los alumnos una visión amplia del mundo; en última instancia, darles elementos para que, quienes no tuvieran la oportunidad de seguir estudiando, pudieran encontrar en ello una suerte de sostén económico. Una preparación que integraría al individuo a la sociedad por dos caminos: el académico y el laboral, acorde con el desarrollo económico del país en esa época específica.

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