Tuesday, November 28, 2006

De Cibernarrativa (Tomo 2) Luz de la Noche)



*******************

Cibernarrativa (Cuentos cortos)
LUZ DE LA NOCHE.

Por: Gabriel Castillo-Herrera.

1.-

La incertidumbre es asesina del olvido. Mientras no sepas de mí seguirás atado a mis senos, a mis piernas largas, a mi abundante cabellera y a mi ensortijado vello púbico del que eras reo encadenado. Prisionero de mis ojos, de mi risa.

Tú, tan culto, tan -supuestamente- sensible y lleno de amor, no quisiste entender que lo que necesitaba de ti era sólo amor.

Llevaba tres años de terapia cuando nos conocimos. Tú sabes que mi relación con Rogelio era tremendamente destructiva, era sadomasoquista. Empezaste a sacarme de la depresión cuando volcabas todas tus ondas de gestaltismo sobre mí; y -créeme- avancé más que con mi pinche psicóloga que se empeñaba en mandarme a una infancia en la que intentaba buscar porqués que, una vez localizados, no sirvieron para maldita la cosa, ya que no estaba dispuesta a enfrentar mis problemas. Tú me enseñaste a responsabilizarme de mis errores y mis aciertos, a quererme y me mostraste el valor del perdón. Jamás voy a olvidar aquella tarde en el Café Tacuba. Leíste unas citas de ...¿Fromm?, en las que se trata del amor a Dios, a uno mismo y nuestros semejantes. El amor a uno mismo no es egoísmo. Sentenciaste: “ Si amas a tu persona, puedes dar amor; si no es así, sólo puedes repartir odio, amargura, infelicidad. Amarás a Dios sobre de todas las cosas; pero Él está dentro de cada uno de nosotros: yo soy Dios, tú eres Dios, todos somos un pedacito de Él. Eres un todo cósmico y cada uno de nosotros también lo es.”


Así empezó mi apego a ti; ahí, aunque ya habíamos pasado noches juntos intercambiando besos, olores y sabores. Sudores y fluidos. Rogelio iba y venía de mi vida, no podía lanzarlo, con toda su carga de resentimientos y demandas a la calle del olvido. Aún no. Pero si hice el intento por primera vez fue porque irrumpiste en mi intimidad aquella noche que llegué sola al bar, sin él (habíamos peleado). Te acercaste a mí, platicamos, nos emborrachamos y -finalmente, cuando dejaste de tocar- me pediste que fuera a dormir contigo.

¿Por qué acepté si -aunque mi adorado tormento y yo éramos amigos de todos (sus fans número uno y dos)- tú poseías una aureola de inaccesibilidad, misterioso, aislado en tu mundo y -por añadidura- con quien guardábamos la relación más lejana? No sé. Tal vez por eso mismo: quería alejarme del mundo real, del que me lastimaba; quería que me alojaras en el tuyo, ese que prometía el punto más recóndito del Universo. Ese es tu encanto: no ser de este mundo. Parecer que no eres de este mundo. Prometías un escondite perfecto para un ser que había sufrido una fuga masiva del alma: ¡yo!
Mi “Pequeño” (mi auto) nos llevó a tu casa. Estábamos tan ebrios que ni pudimos. Debiera decir que no hubo penetración, pero... ¡vaya que si me hiciste el amor! Pero... -perdóname- cerré los párpados e imaginé que estaba con Rogelio; no porque él sea mejor que tú en la cama, son diferentes. El es un bruto macho cabrío que sólo busca su satisfacción, reafirmar su poder sobre mí. Tú eres un tierno gatito salvaje, alguien que se da, que se da toditito. ¡Yo quería eso de él!


Volví a buscarlo (¿o me buscó?) con la esperanza de encontrar en él lo que me diste. Tú, por ahí, agazapado, tras de mí. Lanzabas el anzuelo, pero no te decidías a jalar cuando picaba. Por qué, por qué no me sacaste del agua de mis dependencias. Estoy segura que piensas que rehuía la responsabilidad de mis decisiones y ahora te culpo, pero es que no estaba preparada aún para tomar las riendas de mi vida y hacerlo sola. ¿Por qué no quisiste continuar infundiéndome valor para mandarlo al diablo y entregarme a ti? ¿Por qué, si fui el alba de tus noches de perro abandonado, vacías y oscuras? ¿Por qué, si sé que en cada nueva aventura tratas de reencontrarte con el olor de mi piel?

Sé que algunas veces traté de minimizarte en muchos sentidos, era mi propia desubicación. Trataba de alejarte porque sentía que me estaba enamorando de ti, pero no quería desprenderme de él. Una de dos : o tú si te quieres mucho, o eres un cobarde. ¿Qué eres?

Como quiera que sea, no vas a saber de mí. Vas a seguir asido, no me vas a olvidar, no voy a dejar que lo intentes siquiera. Que crezcan tus dudas acerca de mi vida: pequeñas señales, cosas relacionadas conmigo, pero jamás la certeza de mi paradero o existencia. Estaré en tus pensamientos, en tus sueños. Todas tus noches serán largas, aunque trates de acortarlas con imitaciones mías. Búscame en otras, en ninguna me hallarás. Tendrás noches sin fin, sin amanecer, sin alba. Sin mí.


2.-

55-12-59-04. Tenías tono de fax. De suerte que yo tenía un aparatejo de esos. Escribí:

“¿Estás solo? ¿No esperas a nadie? No intento ser inoportuna, ni echarte a perder una onda con otra mona, pero sucede que estoy bien peda y necesito estar contigo. Necesito que me escuches, que me apapaches; que me digas palabras bonitas, que me hagas el amor y, sobre todo, dormir; dormir mucho, pero en tus brazos. Acurrucadita en tu pecho peludito de gatito tejabanero. Quiero dormir mucho, tanto como si fuera la muerte. Si no fuera por Alexa, mi enana, me quitaría la existencia. Tú sabes, gatito parrandero, que mi vida con Rogelio es una mierda, pero sin él es peor. Carece de sentido. Tú me dices y me dices dónde la riego y yo lo acepto; pero... ¿qué quieres? Ese cabrón está loco, pero... ¡necesita de mí! Sé que vas a decir que me quieres, pero... ¡no me necesitas! Tú necesitas de cualquiera, de cualquiera. Y querrías a cualquiera. Yo lo sé y tú también. Me gustaría, cuando pueda salir de esta pinche dependencia, quererte mucho, mucho. Ahora no puedo y no tengo idea cuánto tiempo tenga que transcurrir. Bueno, contesta... ¿puedo ir?

Luz de la Noche.”
Apenas pasó el fax, contestaste. Soltaste el sermón de papá. No en vano eres 17 años mayor que yo. Que si estaba beoda evitara manejar, pues ya era de noche y tenía que atravesar la ciudad. Yo sólo pregunté, nuevamente, “¿estás solo?, ¿no esperas a nadie? Entonces voy.” Y fui. Dijiste que tenías media botella de Apletton blanco; como esa cosa no me gusta, decidí llevar una de añejo y una bolsa de papas fritas.


Me sentía completamente borracha, pero mi carrito hermoso me cuida. Sólo oprimo el botón del piloto automático (sabes que es algo imaginario al lado del encendido) y le pido que me lleve a mi destino. Siempre ha funcionado.

Cuando llegué eran cerca de las 12 de la noche. Unos niños trasnochadores jugaban fútbol -lo noté a pesar de mi embriaguez- y ya me esperabas en la puerta de tu casa.
Quizá fue el aire o no sé que, pero ya no pude ilar los sucesos. De repente tomé conciencia de que lloraba. ¿Cuándo entramos? ¿Cómo? No sé. Te decía que odiaba a Rogelio pero que era por lo único que vivía; que significaba todo. Tú preguntaste: “¿Y... Alexa? ¿Y tú misma?”. No recuerdo que idiotez contesté. Después imágenes sueltas, más bebida, risas y -de repente- me encontré desnuda. ¿Lo hice yo? ¿Tú? Quién sabe.

-¿No duermes, Gato?
-Para qué. Estamos condenados, irremediablemente, a hacerlo eternamente.

Me reconfortó tu abrazo y me dormí tranquila.
Luego, entre Baco y Morfeo, sentí incomodidad en mis piernas. Demasiado levantadas y abiertas: Me estabas cogiendo. ¿No pudiste esperar? Te boté bajando mis muslos sobre tu pecho, pero ya era demasiado tarde. Volví a dormirme. Perdida. ¿Diagnóstico? Ahogada etílica.
Como a las siete desperté y me noté inseminada. Me miraste sonriendo y dijiste: “Te comunico que ya dejaste de ser señorita”. Idiota, mil veces idiota. Fingí reír, pero... ¿sabes?, eso fue una violación. Fui por tu ternura y... ¿con qué saliste? Si hubieras esperado la mañana, todavía estaríamos juntos.


Cambiaron los papeles. Sólo una vez más te vi en San Ángel, pero no en tu casa. Después, un largo periodo de alejamiento. Volví con Rogelio. Fue la muerte misma. Peor. Una vez nos agarramos a golpes, patadas y puñetazos, en el estacionamiento de la unidad. Salió perdiendo. Tú sabes que soy delgada, pero -por el fisicoculturismo- soy fuerte. Le clavé un desarmador en la mano.
Reapareciste tú. Primero sólo por teléfono: largas pláticas terapéuticas y culturales. Luego, ibas a visitarme, pero ya nunca más regresamos a la cama. Requería de ti. Tú andabas con cautela. ¿Por qué no me hiciste tuya, grandísimo pendejo?

Rogelio seguía dentro de mis huesos, bajo mi piel; cierto. Intentaste reconquistarme, cierto. Yo me defendía, cierto. Debiste luchar, aún a costa mía. ¿Era mucho pedirte? Nunca lo pedí, cierto; pero sentía que te podía querer. ¿No se te ocurrió pensarlo? Surgió lo de vivir juntos; después ya no quise, cierto. ¿No lo entendiste? ¿No que muy chingón? Hubieras esperado un poco.
Engreído.
Pinche intelectualoide.
Fatuo.
Te hice una jalada por teléfono, cierto. Estaba muy “hormonal”.
Jamás volviste a buscarme.


3.-

Sé que Rogelio fue a verlos tocar hace unos meses. Los saludó a todos. Comentó que tú seguías igual de huraño que siempre. Más. Le confesé que tú y yo tuvimos relaciones sexuales; ni lo sospechaba. Fue motivo de otra bronca gruesa. Que te iba a madrear. No te preocupes; si se lo pido, no lo hará. Y ya se lo pedí.

Sé que te has preocupado por mí. El teléfono está suspendido, así que no puedes escuchar, siquiera, mi voz.
Sé que un día creíste ver a Rogelio con Alexa, pero con otra mujer. Trataste de comprobarlo; los seguiste, pero no pudiste indagar nada.

Son mis señales.

Todo lo hago para perturbarte. Para tronarte el coco. Soberbio.

¿Sabes?, sin ti se me hundió el piso y quedé sin protección, sin posibilidad de escapar a ninguna parte.

Sé que no puedes olvidarme aunque trates de hacerlo metiéndote en otros brazos. No lo vas a lograr. Tu pasión no está en tus nuevos amores, ni en la música, ni en la fotografía, ni en tus dibujos. ¿Sabes?, yo me la traje uncida en la piel, encarnada en mi pecho, atrapada en mis labios, sometida y esclavizada en mi vagina, diluida en nuestros orgasmos. (Do you remember “Diana... “ ...et le reste?).


No entendiste que trataba de salir de mi laberinto para encontrarme contigo; que era una ruta sinuosa, con avances y retrocesos, pero que finalmente me liberaría.

Pregunto nuevamente: ¿Te quieres mucho? ¿Fuiste cobarde?

Quedé atrapada. Clausuraste la única salida.

4.-
Luz de mis noches, confiabas tanto en tu “Pequeño” y su piloto automático como en la fidelidad de mis sentimientos. Nos idealizaste y te fallamos. Ambos lo hicimos.

Te dejé a merced de Rogelio, quien te destruyó psicológicamente poco a poco. Te abandoné a tu suerte.

El “Pequeño” no hizo -esta vez- nada por ti. Te dejó a merced del alcohol; éste te destruyó espiritualmente.

Ambos te lanzamos a la muerte.

Encontraron tu cuerpo destrozado dentro del auto (lo que quedó de él).

También encontraron una nota que decía:


"¿ POR QUE ME ABANDONASTE, GATO ?


LUZ DE LA NOCHE".